Un Barça de suplentes no es capaz de marcar a un heroico Villanovense

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Munir intenta zafarse de varios jugadores del Villanovense. (Getty)
Miguel Serrano
  • Miguel Serrano
  • Me confundieron con un joven prodigio pero acabé de periodista. Escribo cosas de deportes y del Real Madrid en OKDIARIO, igual que antes las escribía en Marca. También a veces hablo por la radio y casi siempre sin decir palabrotas. Soy bastante tocapelotas. Perdonen las molestias.

Luis Enrique se vistió anoche de Santa Claus para repartir felicidad en Villanueva de la Serena. El pequeño pueblo de Badajoz se vistió con sus mejores galas, que escribiría el clásico, para recibir al Barcelona como en Bienvenido, míster Marshall. Engalanado el estadio con gradas supletorias, repleto el palco con las autoridades locales, incluido el mismísimo presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández-Vara, socialista de profesión y culé de devoción, emocionados los jugadores del Villanovense por ver un sueño hecho realidad. Era imposible no identificarse con el rival más débil.

El sueño acabó en final feliz, entiéndase en el buen sentido, para un equipo modesto que se sintió como Letizia Ortiz cuando se convirtió en princesa. El Villanovense dejó su portería a cero ante un Barcelona que, aunque plagado de suplentes, presentaba una alineación con cinco jugadores internacionales absolutos: Vermaelen, Mathieu, Adriano, Bartra y Munir.

El partido no fue para escribir en los cementerios «lo que os habéis perdido», ni para que los periódicos catalanes saquen una promoción con el DVD, pero eso sólo es culpa de un sistema de competición que deja la Copa del Rey con menos emoción que el final de Titanic. A doble partido, este tipo de eliminatorias son como un inspector de Hacienda contando un chiste: no tienen gracia.

Heroicos fueron los chicos del Villanovense, convertidos en once Forrest Gumps que no pararon de correr, y de correr, y de volver a correr en busca de un sueño que se merecieron más que nadie. Los jugadores del modesto equipo extremeño, ricos en ilusión, miraron a los ojos a los multimillonarios futbolistas del Barça (casi todos) y compitieron de inferior a igual. Suplieron su déficil de talento con un corazón del tamaño de un pata de jamón.

En el Barça, pocas conclusiones que sacar por ser benévolos, más allá de que todos vuelven a casa sanos y salvos, bueno, y que se pasaron un par de horas sin que nadie del club fuera imputado por la justicia por delito alguno. A los azulgranas les queda el partido del Camp Nou para resolver una eliminatoria que sin duda habría sido otra cosa si la Copa fuera a partido único, ¿verdad, Angelito (Villar), mío?

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