Lewis Hamilton reina en la locura de Bakú con un Carlos Sainz magistral y Alonso en los puntos

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Lewis Hamilton
Ignacio L. Albero

La estrechura urbana de Bakú adivinó un guión de fuegos artificiales. Apenas bastaron unos metros para hacer tambalear su castillo: aquella locura ya la conocíamos del pasado. Vettel no se rompió ante la presión y salió silbando hasta la primera curva. Lewis Hamilton vio al tren marcharse mientras ojeaba el retrovisor sudando sangre: se venía Bottas. No se alteró nada en las alturas… y sí en la parte trasera.

Porque la prueba iba a encontrar su primer accidente en la imprudencia de Raikkonen con Esteban Ocon. El codazo dejó en la cuneta al Force India e hizo su llamada al safety car. Un poco más abajo, Fernando Alonso intentaba esquivar los mil y un toques que observaba como peligroso espectador. Se quemó con Sirotkin, que le hizo pinchar y, todavía más, cabrear. Boxes, último y a pelear desde cero.

Carlos Sainz se movía por Bakú como si llevara más de un Mundial a sus espaldas. Se reencontró en pista con su némesis juvenil: Max Verstappen. Con el Renault disfrazado de Ferrari, se pegó al difusor del Red Bull, peleando cada milímetro en las curvas. La película terminó con Carlos Sainz por delante del holandés. Las guerras de Max sólo acababan de empezar.

Porque los puñetazos en pista con Ricciardo fueron una constante vital para la realización del Gran Premio. Se pasaron las 51 vueltas peleándose en cada curva, pasándose el uno al otro, y aquello parecía una de miedo: el final lo conocíamos todos. Así fue, previo doble cambio de dirección en la recta por parte de Verstappen, volvió loco a Ricciardo, que se lo llevó puesto. Fuera los dos. Carrera nueva a falta de diez vueltas.

Lo de antes fue somnoliento en el resto de zonas de la pista. Vettel comandaba fumándose un cigarro, Lewis Hamilton perdía posición con Bottas y Fernando Alonso luchaba contra el MCL33 para entrar en los puntos. Hasta el Sauber de Leclerc le quitó las pegatinas. Una imagen propia de la asociación más reciente con Honda. Pero había una carrera nueva. Bottas se benefició de la sobredosis de Red Bull en Bakú y se colocó en la primera posición. Todos en fila india.

Grosjean se empeñó en fastidiar los últimos giros. Perdió el control del Haas como si fuera un novato y le prorrogó el contrato al safety car. Se iba a ir con cinco vueltas por jugar. Y Vettel se quemó en la primera curva: pasada de frenada, y caída hasta la cuarta posición. Cuando Bottas lo tenía muy plácido, pinchó. Esquizofrenia total en el asfalto urbano de Bakú.

Y el más listo de la clase, Lewis Hamilton, se encontró con una victoria que le hace renacer en 2018. Sergio Pérez, especialista en colarse en el podio cuando la carrera se mueve, volvió a hacerlo. Tercero. Vettel se quedó cuarto. Carlos Sainz, magistral durante toda la carrera, quinto. Un veterano en el cuerpo de un chaval. Maestro. Fernando Alonso cazó una séptima posición que sabe mágica viendo el rendimiento del MCL33 en Azerbaiyán.

Así las cosas, el revirado trazado de Bakú volvió a pintar un lienzo mágico, el de una Fórmula 1 pasada dónde cada carrera tiene un diagnóstico imposible. Vettel, Bottas y Hamilton bailaron por una primera posición que fue para el que más aguantó. El Mercedes renace en medio de una tempestad que suena a cambio de rumbo en la Fórmula 1. 2018 no ha hecho más que empezar.

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