Gran Premio de Canadá

Intratable Lewis Hamilton con el motor Honda de Alonso otra vez roto

Lewis Hamilton en Canadá (Getty)
Lewis Hamilton en Canadá (Getty)
Ignacio L. Albero

El parpadeo fue más duradero de lo normal, una llamada de atención para un binomio que siempre quiere ampliarse. Hamilton y Vettel arrancaban y, cuando parecía que se iban a dar de codazos, apareció el toro de Verstappen, entre medias, y separó las aguas como Moisés.Dejó a Seb con el alerón delantero tocado.  Un profeta holandés para reventar el GP de Canadá. Aunque alguno, con más cafeína acumulada de lo cotidiano, también quería revolución.

A Carlos Sainz le duró la carrera lo mismo que a Sabina lo hielos en el whisky. Le apretó a Grosjean, en exceso, con algún movimiento arriesgado, y todo acabó con él y Massa en la hierba. No fue la mejor decisión, tal vez Romain tenía un metro, tal vez la imposible regla de dibujar en Fórmula 1 traicionó al de Toro Rosso. Se marchó andando, con el gesto más funesto posible: la opción de puntos esfumada. Y eso, para él, lo es todo.

La hazaña de Verstappen se quedó en nada, a medias, una jugada que se convierte en postureo por los males de su Red Bull. Fue una moción de censura a los de arriba, a lo Podemos, abolida en su propia mecánica: en la 12, apagón. Corte eléctrico y nueva carrera para todos. Entre tanto, Fernando Alonso, silencioso, y con los movimientos correspondientes por boxes, levantaba una ilusión de lo que debería ser y no es: cuarto.

No se ató la manta a la cabeza para pelear por nada con los que venían detrás, ya con parada: Ricciardo, Pérez y Raikkonen le pasaban, y Fernando no hacía nada por resistir. Es el constante camino del cordero al matadero: su motor Honda no le permite ser verdugo, sólo víctima. Aún así, resistía séptimo, en zona anodina para él, pero tristemente inhóspita para el dúo británico-japonés.

A la contienda en pista se le unía desavenencias varias en radio con su ingeniero: le pedía datos útiles, el ritmo de sus rivales, un campeón intentando capturar unos puntos insípidos para él, pero cargados de moral para la aventura de McLaren-Honda. Una empresa que tiembla por momentos, que se mantiene en sus manos, con Zak Brown cantándole la de Carlos Baute: no me dejes caer. 

Nadie puede con Lewis Hamilton; Alonso, roto

Lewis Hamilton comandaba un desfile militar en su carrera, en su circuito. Valtteri Bottas le resguardaba en la distancia, como Sancho Panza a Don Quijote: un escudero fiel. Toto Wolff sabía a quién fichaba en Mercedes… Fue el día de Pérez, de Ocon, del cursi Force India rosa. Cada año apuran la opción de podio, ese vehículo impulsado por Mercedes no falla en las rectas del Gilles: cuarto y quinto, amenazando al Red Bull de Ricciardo.

Era un trenecito cómodo, entre raíles, como girar en Mónaco: nada cambiaba entre Ricciardo, Pérez y Ocon. Los Ferrari, no propensos a esperar, se fueron a boxes, pusieron el ultrablando, y se asomaban, como el verano, para provocar una tormenta de vaivenes. Como el film de Azores: ¡Qué vienen los socialistas! 

Socialismo en el sentido más cromático: se acercaban las manchas rojas, no sin antes ver a Kimi siendo pasado por Seb. Fernando Alonso se peleaba con Stroll por la novena, en una batalla desigualada de motores: un Honda contra un Mercedes. Se acercaba en las zonas más reviradas, se le marchaba en las rectas. No le perdía el difusor, pero ir más allá, parecía imposible. Décimo, en los puntos.

Pero es un hombre abandonado a una unidad de potencia que, pase lo que pase, siempre pinta una tragedia. La vagancia de su motor no le permitió avanzar hasta las 70 vueltas. Rompió su propulsor Honda, extenuado, una vez más. Alonso no iba a morir arrinconado: salió de su máquina de la tortura, y se dio un baño de masas con la afición. Espectáculo, protagonista en la nada. Un genio.

En otra zona del circuito, aquella donde se juegan campeonatos, Vettel se quitaba de en medio a los dos Force India. Aguantó Ricciardo, tercero, en otra carrera que solo certifica su talento. ¿Y Lewis? Ya saben, la excelencia hecha piloto. Imposible, intratable, eterno Hamilton. Carrerón, victoria… y Mundial apretado. Todo vuelve a empezar en una nueva rivalidad que se certifica: Hamilton contra Vettel, hasta el infinito, y más allá. 

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