Gran Premio de Mónaco de Fórmula 1

Locura en Montecarlo: pole para Raikkonen, drama para Hamilton, los McLaren en Q3 y Sainz, sexto

Kimi Raikkonen en el Gran Premio de Mónaco Getty)
Kimi Raikkonen en el Gran Premio de Mónaco Getty)
Ignacio L. Albero

La maravilla monegasca, levantada ficticia entre el lujo, desprendía de su asfalto una calima veraniega, una neblina que despierta más imponente el sábado. Es su séptimo partido en playoffs de la NBA, un tie-break en Wimbledon, el minuto 93 perdiendo de 1. Un ganas o te vas a casa, constante, en cada roce con sus muros. No hay una clasificación más importante. Sábado en Montecarlo con la Fórmula 1 de excusa… sin su estrella: Fernando Alonso.

Así las cosas, la Q1 fue una carnicería para los pilotos de menos bagaje: la inexperiencia destrozó a los ‘novatos’. Aquí el factor del monoplaza se diluye en un porcentaje más alto que en el resto de circuitos. Ocon, con su Force India, de rendimiento superior a la zona roja, se quedó ahí, anclado en el infierno del primer corte. Ericsson, Wehrlein, Stroll y Palmer se ahogaron con él. El tráfico y los muros les aguardan para rendirse o, quién sabe, redimirse.

El guión ardió, los papeles se resquebrajaron, la lógica se encogió en una decisión tardía: Vettel sonríe, Hamilton llora. Vandoorne dimensionó el Mundial en la chicane, rozó el guardarrail, rompió la dirección, y al muro. El de Mercedes, incómodo en su flecha, había utilizado dos vueltas para calentar el ultrablando. La tercera, la buena, y al límite, coincidió con la fatal circunstancia. Fuera de Q3.

Y Jenson Button, el sustituto de lujo, levantado del sofá por un fin de semana, acudió a su cita como si nunca hubiera dejado la oficina. Vino, vio y se coló entre los 10 primeros. En el fin de semana más especial del año, en el Gran Premio por excelencia, el británico guiaba el imperfecto MCL32 hacia los futuribles puntos. Vandoorne, de no ser por su visita inoportuna, marcó el séptimo mejor en Q2. Mónaco no engaña: un chasis arrastrado a su motor.

Kimi Raikkonen, pole

Kimi Raikkonen asustaba, provocando ilusión, nerviosismo, en la locura de Montecarlo. Era el más rápido a falta de tres minutos. Y es que, desde Francia 2008, en Magny-Cours, no lo era. En manos de Bottas el Mercedes no mejoraba, un coche difícil de manejar, nervioso, inestable. Un imposible en el pasado: la hegemonía tiene color rojo. Porque faltaba Vettel… que se quedaba a milésimas: la pole, sí, casi 10 años después, era para el hombre inexpresivo, el señor de hielo, el Príncipe de Mónaco.

Carlos Sainz, que ya había reventado a su compañero Kvyat (fuera de Q3), desafío a los Red Bull, pegándose a los muros, en una conducción perfecta, que, cada fin de semana, pide más rendimiento en su mecánica. Sexto, en una vuelta perfecta, a 9 décimas de los Ferrari. No necesita del aparato mediático a su alrededor para certificarse como tal: es uno de los grandes, todavía en su preludio.

Espera el inicio fulgurante, la salida más mágica del año, con su posterior desfile. Los primeros metros marcaran, a priori, la dinámica de una carrera que medirá una batalla en la lejanía: la de Hamilton y Vettel. La primera línea es roja, en la ruleta todos sabrán el color al que apostar. Aunque, nunca se sabe, en el azar monegasco siempre cabe alguna sorpresa más… y Lewis sabe jugar mejor que nadie.

Tiempos del sábado en Mónaco (@F1)
Tiempos del sábado en Mónaco (@F1)

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