Fórmula 1: Gran Premio de Estados Unidos

Hamilton sentencia, Sainz en los puntos y Alonso abandona

Lewis Hamilton por delante de Sebastian Vettel (Getty)
Lewis Hamilton por delante de Sebastian Vettel (Getty)
Ignacio L. Albero

La ascensión de salida se inclinaba hacia arriba como una rampa de L’Alpe d’Huez. El caballo rojo relinchaba, conocedor de que aquella iba a ser casi la última oportunidad. El reloj se durmió, la grada se silenció, y el recinto, por un momento, parecía la Catedral de Burgos. Arrancó mejor Vettel, no arriesgó Hamilton, y el Ferrari por delante del Mercedes. Un primer pasito hacia el imposible.

No le duró la alegría: apenas un par de giros más y Lewis Hamilton adelantaba a su némesis alemana. Tuvieron un encontronazo más: Vettel paró antes, soñando con el undercut. Aquello fue cómo convencer a un vasco: imposible. El box de Mercedes hizo una parada de vuelta y vuelta: rápida, muy rápida. La vida siguió igual. Papá por encima de mamá.

Fernando Alonso rebasó a Sainz en la salida, resistió sus embestidas, no pudo parar a Verstappen y volvió a sufrir con el McLaren-Honda. Era octavo, y, como siempre, otra más del motor nipón. Los últimos aullidos agónicos de un propulsor con fecha de caducidad. Abandono. Como ver a George Clooney en chándal: nunca uno se acostumbra del todo. Fernando Alonso sigue remando hacia el río Sena: sólo queda pensar en Renault y 2018.

Carlos Sainz ya está allí: un peldaño más hacia arriba. Volvió a rodar con los de su especie, peleando con los Force India, exprimiendo todo el zumo de limón de su RS17. Realizó una maniobra maestra, de veterano, pasando por fuera a Pérez: séptimo. Espectacular. Se peleó hasta el final con Ocon… pero no pudo ser. Primera demostración vestido de amarillo.

Y apareció Ferrari con una estrategia dudosa, picante: paró, gomas nuevas, bajó a la 4º, esperando un disfunción de los neumáticos de Hamilton, Bottas… y Raikkonen. Era un todo o nada: y allí tenía a todos por delante. Seis vueltas. Otra vez, necesitaba un milagro. Pasó a Bottas… y a Kimi. Segundo. Todo como empezó. Nada cambió. Hamilton era campeón, Vettel detrás y, sí, Verstappen tercero.

Un movimiento de campeón, un niño que recuerda por momentos al legendario Ayrton Senna, algo inexplicable. Brillante Max Verstappen. En la última vuelta se pegó al difusor de Kimi, y, en un lugar donde no había espacio físico, plantó su Red Bull por delante del Ferrari. Acortó la pista, tocó la hierba, y le pasó. Le esperaba la peor noticia en los despachos: la pasada era ilegal por exceder los límites de la pista. Palos en las ruedas del talento.

Lewis saludaba a la afición, sabedor que un quinto en México le vale para ser tetracampeón. Todo en sus manos parece fácil. El Imperio de Brackley sigue siendo una dictadura bajo el régimen del británico. La rebelión iniciada por Ferrari se va a quedar en la orilla. Fue bonito mientras duró: Ferrari y Vettel, colorín colorado, este cuento se ha acabado.

GP EEUU
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