Marc Márquez tricampeón mundial de MotoGP

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Márquez celebra el Mundial de MotoGP en Motegi. (AFP)
Miguel Serrano
  • Miguel Serrano
  • Me confundieron con un joven prodigio pero acabé de periodista. Escribo cosas de deportes y del Real Madrid en OKDIARIO, igual que antes las escribía en Marca. También a veces hablo por la radio y casi siempre sin decir palabrotas. Soy bastante tocapelotas. Perdonen las molestias.

Marc Márquez lo ha vuelto a hacer. Ni siquiera él mismo se lo esperaba, porque ganar su tercer Mundial de MotoGP en Motegi era una carambola casi imposible. Pero ocurrió porque con Marc lo imposible muchas veces ocurre. Para que el español fuera campeón del mundo tenían que ocurrir tres cosas. La primera, que ganara la carrera y ganó sobrado. La segunda, que Rossi no superara el decimoquinto puesto y El Doctor se cayó en la séptima vuelta. Y la tercera, que Lorenzo no subiera al podio y también se cayó a cuatro vueltas del final cuando tenía el cajón asegurado.

El genio de Cervera, SuperMarc, no sólo es el campeón más joven de la historia de la clase reina sino también el tricampeón más precoz de MotoGP. Es su tercer título, que sumado a los que ya tenía de 125cc y Moto2 le convierten en pentacampeón con sólo 23 años.

En Motorland Marc Márquez ya había igualado en número de victorias (54) con Mick Doohan y una cita después lo hace en el apartado de títulos y eso que el australiano consiguió su quinto título con 33 castañas, diez más de las que tiene ahora Márquez.

«Give me 5» –»choca esos cinco»– se leía en la camiseta que le entregaron su hermano Álex y su amigo y asistente José Luis, con una palma de la mano en la que aparecían sus cinco títulos: el de 125cc (2010), el de Moto2 (2012) y los tres de MotoGP en sólo cuatro temporadas (2013, 2014 y 2016). La ocasión, obviamente, lo merecía.

¿La carrera? Sencillo. Márquez arrasó en Motegi, así que la cosa tuvo poca emoción por la victoria. Se redujo a las primeras cuatro vueltas, que fueron las que tardó el del Repsol Honda en ponerse en cabeza. Sí que hubo el clásico e intenso duelo con Rossi, con el que se intercambió cinco adelantamientos, uno de ellos un hachazo memorable en respuesta a una pasada previa del italiano. Luego Márquez pasó a Lorenzo y colorín, colorado.

Marc tiraba en solitario y entonces llegaron las carambolas. Las caídas de los oficiales Yamaha –primero Rossi y luego Lorenzo– le abrían de nuevo las puertas de la gloria del título. Lo festejó Marc con una rabia inusitada y la felicidad de si fuera el primero. Quizá porque el año pasado se le escapó el Mundial después de aquella maniobra de Rossi que ya forma parte de la historia negra del motociclismo.

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