Ernesto Villar, 'Los espías de Suárez', Espasa.

El periodismo de espías que ayudó a traer la democracia

Ernesto Villar
Ernesto Villar (Foto: CENTRO UNIVERSITARIO VILLANUEVA).

El CNI no siempre se llamó así, ni sus primeras siglas fueron las de CESID. Los principales servicios de inteligencia modernos españoles, construidos a partir de la franquista Organización Contrasubversiva Nacional (ONC) nacieron en 1972 de la mano del entonces presidente del Gobierno, Luis Carrero Blanco. Durante sus cinco años de vida, un quinquenio clave en la historia reciente de España, llevaron el nombre de Servicio Central de Documentación (CESED) y entre sus actividades figuraba una que hoy en día puede llamar poderosamente la atención. Un puñado de los militares que trabajaban en él ejercían el periodismo.

No era un periodismo dirigido al gran público. Su audiencia era un pequeño grupo de altos cargos políticos, cierto es, pero sus “boletines de situación” no dejaban de ser una forma de periodismo. Los confidenciales que redactaban esos espías contenían una información que resultaba de especial valor para sus destinatarios. Con ella, y con los análisis contenidos en esas minoritarias publicaciones, tomaban decisiones claves y conocían asuntos que de otro modo se les escapaban. Y ahora, cuatro décadas después, sirven al historiador y al mero curioso para comprender lo que ocurrió en aquellos años. El periodista Ernesto Villar ha estudiando a fondo todos los ejemplares que siguen existiendo, los que van de 1974 a 1977 y, en Los espías de Suárez (Espasa), da buena cuenta de ello.

Aquellos espías hablaban con frecuencia con representantes de la oposición clandestina

Portada de 'Los espías de Suárez'.
Portada de ‘Los espías de Suárez’ (pinchar para ampliar).

Nacido como herramienta de Carrero Blanco para perpetuar la dictadura, el equipo encargado de elaborar los boletines muy pronto tomó una deriva diferente. No tardó en convertirse en una conciencia crítica dentro del régimen que apostaba por mayores dosis de aperturismo. Tras la muerte del dictador, a sus responsables no les quedó duda alguna: el franquismo después de Franco no tenía sentido. España tenía que evolucionar hacia la democracia de corte occidental sin lugar a duda. Los espías-periodistas de Franco se convirtieron en una herramienta de Suárez en ese sentido. Pero su sendero en esa dirección había comenzado incluso antes.

Miedo al PCE pero no a ETA

En Los espías de Suárez encontramos los análisis que hacían los servicios de inteligencia de los distintos grupos de la oposición, o incluso de los desencuentros entre distintos sectores primero del franquismo y después del post-franquismo que iba construyendo la democracia. Con la información procedente de miles de confidentes en los grupos clandestinos, en las iglesias, las universidades y los colegios profesionales, construyeron una película en letra impresa con numerosos aciertos en sus análisis. Pero también con importantes fallos. Aquellos espías sobrevaloraron, cosa común en la época, al Partido Comunista y minusvaloraron mucho tiempo al PSOE. Pero  sorprende mucho más que no concedieron importancia alguna a una entonces joven ETA que fue durante décadas la peor pesadilla terrorista de los españoles.

Los boletines, y los testimonios de quienes los redactaban, nos permite conocer cómo funcionaba el CESED. Vemos que aquellos espías hablaban con frecuencia con representantes de la oposición clandestina, que en ocasiones no lo era tanto y era tolerada en buena medida. Vemos el miedo en sus autores, y gran parte de la población, tanto a los comunistas como a una involución que impidiera la llegada de la democracia. En el libro también hay espacio para la relación, existente en todos los lugares desde que se inventaron los medios de comunicación, entre los espías y los periodistas.

La primicia de la muerte de Franco

El CESED era una fuente importante para muchos medios de comunicación, a la que acudían para confirmar o desmentir informaciones. Claro que esos espías también les filtraban noticias cuando el “servicio” lo consideraba adecuado. Este libro incluso nos desvela cómo consiguió Europa Press, gracias a ellos, la primicia de la muerte de Franco, adelantándose a la oficial Agencia EFE y a RNE. Eso sí, no todo era amor. Los boletines, ya con Franco muerto y con una oposición en teoría ilegal pero de facto tolerada, se quejaban de que los periódicos o, incluso RTVE, trataban mejor a esos partidos clandestinos que al Gobierno.

Un último detalle demuestra cómo esos espías ayudaron a construir la democracia. Cuando Suárez decidió presentarse a las elecciones generales, el director del CESED, Andrés Casinello, le dice: “No me pidas nada como presidente de un partido”. Esta decisión de no ser instrumento en la lucha partidista supuso el fin tanto de los boletines como del propio servicio. Llegaba la hora del CESID.

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