Los 60 años en el flamenco de Pepe Habichuela se han celebrado con respeto y con jarana

Pepe Habichuela
Miguel Poveda y Pepe Habichuela el viernes en el Circo Price. (Foto. Getty)
María Villardón

Olía a noche flamenca en el Circo Price de Madrid. No corría la marea y los abanicos resonaban con alegría a la espera de los acordes de una buena bulería. No es el palo más sencillo del flamenco, aunque en las manos de Pepe Habichuela parezca pan comido. Ese escenario era una juerga en la que estaban presentes por igual la jarana y el respeto.

Durante tres días seguidos había recibido el granaíno un caluroso homenaje por sus sesenta años en el mundo de la música flamenca. El viernes fue el colofón y por la Ronda de Atocha pasaron a honrar al maestro de la guitarra Miguel Poveda, Silvia Pérez Cruz, el músico Jorge Pardo o el bailaor Israel Galván.

Poveda salió el primero. Cantó sin compasión, bailó con desvergüenza y habló sin pudor. Una seña de identidad del de Badalona, no calla jamás y así, así de esta manera tan salada y natural, es como se mete al público en el bolsillo. Catalán y en pleno conflicto independentista en Cataluña, no dejó pasar la oportunidad de tirar de ironía y guasa para poner pimienta al asunto. Dejémoslo ahí, la política para los políticos. Allí lo que había era mucho arte y, les aseguro, éste sí estaba a la altura de las expectativas de la muchedumbre. Es probable que la política patria no pueda decir lo mismo.

Cantó, levantó de sus asientos al personal y agarrando la chaqueta bailó tangos de Triana para aumentar la euforia flamenca de los presentes. Cantó alegrías, bulerías de Cádiz y bordó el palo flamenco más antiguo del que se tiene noticia, las seguriyas.

Silvia Pérez Cruz salió como aire fresco, como una bisagra entre el flamenco y una fusión de ritmos que no pensarías maridar. Créanme cuando les digo que aun intento advertir qué es lo que esta mujer de pelo enloquecido tiene dentro para cantar de esa manera. «No entiendo muy bien qué hago aquí, pero me siento como un sorbete de limón entre mucha carne buena», explicó la catalana levantando algunas risas.

Tocó con guitarra acústica la canción ‘Mañana’ e, inmediatamente después, invitó al escenario al contrabajista Javier Colina para cantar ‘Ella y yo’ con suave delicadeza, una canción de su disco a duo «En la imaginación». Los que tengan memoria aún escucharán el eco de los ‘Tangos de la Repompa’ de su último concierto en 2011 con Las Migas.

De nuevo salió Poveda y nos acaloró. «Menudo bicho», se escuchaba decir a mi alrededor. Desde luego, ¡qué arte tiene el condenao! El regocijo de la multitud iba en aumento, pero había que dejar paso a los siguientes. Salió Pepe Habichuela, se abrazaron y el veterano le levantó el brazo a modo de campeón de boxeo. El cantaor se llevó una ovación y los vítores salían desde todas las direcciones del Price. Eso sí, el guitarrista Jesús Guerrero le fue a la zaga y el aplauso fue enardecido. No era para menos.

Un merecido homenaje en vida por llevar, nada más y nada menos, que seis lustros en el mundo de la música flamenca. Ya se sabe que cuando a uno lo homenajean es que las parcas están rondando alrededor o que han decidido cortar el hilo sin la menor consideración. Por ello, este respeto de tres días en vida a Pepe Habichuela es casi un ‘rara avis en un país en el que los Gobiernos, sin color ni estandarte, apuñalan la Cultura sin decoro.

El tiempo se iba yendo, se escapaba y mientras sonaba la flauta travesera del innovador Jorge Pardo, el escenario se fue llenando de la familia Habichuela. Verdaderamente, en serio, no puedo decirles el número de personas que se agolparon en ese escenario y no podía parar de pensar en la Nochebuena de esa numerosa familia. ¡Eso tiene que ser un sindiós de arte, guitarra y palmeros!

Los Habichuela cantaban al son de dos pares de guitarras de manera ingobernable, ahí no había orden ni concierto. Salían y entraban del escenario como un torero en el redondel. Ahí, en el centro Pepe Habichuela, viendo cómo toda su gente le abrazaba con la voz y le bailaban mostrándole un respeto sacerdotal. Su mujer, Amparo Niño, que bailaba con una ligereza envidiable, le sacó a bailar la última pieza y tras ellos todos los Hachichuela salieron de las tablas diciendo adiós.

Por cierto, es importante saber que jamás hay que irse en los créditos de la película, uno nunca sabe que bonus track aparecerá tras el penúltimo adiós en un escenario, para mí, el colofón ideal de este viernes habría sido correrme una buena juerga con esa gente que jamás pierde el compás. Aunque les confieso que, aunque no con los Habichuela, mi noche también fue maravillosamente flamenca.

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