España es uno de los países de la UE con menos porcentaje de alumnos en FP

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Estudiantes (Foto: GETTY).

Aunque este asunto se va corrigiendo con el tiempo, la Formación Profesional en nuestro país siempre ha estado poco valorada. Quizá porque al ser un país “pobre” todo el mundo deseaba que sus hijos estudiaran en la universidad olvidando que lo importante era tener un buen trabajo, saber un oficio que eso sí garantiza que a nadie le faltará el sustento.

Eurostat acaba de presentar un informe que desvela que sólo el 34% de los estudiantes españoles de postsecundaria cursa un ciclo de FP frente a la media europea que es del 48%, siendo el nuestro uno de los países con esta tasa tan baja.

Tan es así, que multitud de empresas necesitan puestos de trabajo que no son cubiertos al no estar preparada para ello una nación que es la segunda del Viejo Continente con el mayor desempleo juvenil. Tan sólo Grecia (31%), Islandia (31%), Lituania (27%), Hungría (25%), Chipre (15%), y Malta (13%) registraron una tasa menor que España respecto al porcentaje de estudiantes matriculados en módulos de Formación Profesional.

Unos datos que contrastan ampliamente con los porcentajes de Serbia (75%), la República Checa (73%) o Croacia (71%). Otros países de nuestro entorno también se alejan de las cifras españolas como es el caso de Alemania (48%), Francia (43%), Italia (56%), Reino Unido (43%) o Portugal (46%).

Consultando los libros de historia económica el sistema de Formación Profesional en nuestro país proviene de la época de Franco. En 1948, se comenzó a desarrollar un sistema que servía para que se formasen los obreros y de esta forma apoyar el resurgimiento económico de España.

Se crearon incluso becas para que los hijos de las familias más desfavorecidas pudieran hacer carrera con sus hijos que si no de otra forma les ponían a trabajar en algo con sólo 14 años.

La ayuda, sobre todo, de los salesianos hizo que estas masas laborales estuviesen perfectamente integradas en la sociedad y que estos jóvenes pudiesen desarrollar una carrera que contaban con unas mutualidades que les cubrían todo tipo de necesidades médicas. Además se podía dar el paso del bachillerato profesional a las universidades laborales lo cual permitía a aquellos alumnos con mayores inquietudes intelectuales no tener limitada su evolución académica.

Bajo supervisión religiosa se ofrecían actividades tan variadas como escribir a máquina, conducir un coche, tocar instrumentos musicales, aeromodelismo, literatura práctica y deportes. Un segundo ciclo, de especialización, se articulaba en fases de aprendizaje, oficialía y maestría en las ramas de Agricultura, Metalurgia, Mecánica, Electricidad, Construcción, Artes Gráficas, Industria Textil e Industrias Alimentarias. Normalmente se formaban divisiones de cien alumnos.

De las Universidades Laborales queda el recuerdo de un experimento social que produjo resultados espectaculares. Su desaparición, con la llegada de la democracia, truncó la posibilidad de disponer de mano de obra técnica y culturalmente muy cualificada que cada vez se demanda con mayor intensidad por la sociedad industrial desarrollada. En cambio, la juventud española ha sido orientada demagógicamente hacia la obtención de títulos universitarios clásicos que producen en sus poseedores grados de frustración crecientes al no poder ser aplicados por la enorme inflación de titulados.

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