Tú eliges, Mariano: Suárez o Calvo-Sotelo

Mariano-Rajoy
Mariano Rajoy, presidente del Gobierno en funciones. (Foto: AFP)

Eloy Velasco tiene pinta pedestre pero no es tonto. Al punto que es de los pocos españoles capaz de ejecutar dos cosas a la vez. Hay quienes hablan por teléfono y escriben al instante. Quienes, en un alarde de imprudencia salvaje y perseguible de oficio, se dedican a leer el periódico o el ipad mientras conducen. También hay quien está operando y a la vez observa por una minipantalla el partido de su equipo preferido. Y quienes, como el titular del Juzgado de Instrucción 6 de la Audiencia Nacional, son laboralmente duofacéticos. Él hace justicia y política en el mismo acto. Son ya demasiadas las casualidades. Y las casualidades, queridos amigos, no existen. O si existen son estadísticamente infinitesimales. Cada vez que toca Día D y Hora H en el PP madrileño, el magistrado valenciano se pone como una moto, manda llamar a la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil o a la Policía y allá que monta el pollo padre. Lo cual no quiere decir que en el fondo no tenga razón, que parece que la tiene, pero las formas le pierden. Y oler, huele un huevo. Apestó cuando Cristina Cifuentes estaba intentando fraguar su Gobierno, la mismita víspera de su investidura y ahora 24 horas antes de que Esperanza Aguirre tenga que comparecer en la Comisión de Investigación de la Asamblea de Madrid.

De esas formas dice mucho la operación llevada a cabo el jueves en el cuartel general del PP de Madrid y en la casa y el domicilio de ese Tío Gilito que es Javier López Madrid. En teoría era una actuación secreta pero el tal Velasco emitió ¡¡¡una nota de prensa!!! para contarla urbi et orbi. Una demencia como otra cualquiera que vulnera los más elementales códigos deontológicos y que se asoma a ese precipicio que es la prevaricación. Dicho todo lo cual hay que concluir que, más allá de las fobias de este magistrado (que fue director general de Justicia con Zaplana pero acabó tarifando con el partido) y de las manías persecutorias de los populares, el partido que fundara Manuel Fraga con los siete magníficos allá por 1976 y refundara José María Aznar en 1990 está hecho unos zorros. Al punto que, como no espabilen, corren el riesgo de que Ciudadanos les coma la tostada a medio-largo plazo y/o terminen como Convergència i Unió, el francés RPR o Unió Mallorquina. Rebautizándose o disolviéndose.

Todos, dentro y fuera del partido, coinciden en un común denominador: el tiempo de Mariano Rajoy ha pasado. Los primeros, callan por esa disciplina búlgara que impera en Génova 13 y taifas. Los segundos lo proclaman urbi et orbi. Y eso que el presidente ya ha dejado caer a más de uno una frase que dice mucho de él como persona y como estadista: «Si el problema soy yo, me voy». No lo van contando por ahí porque tampoco es cuestión de dar pistas al enemigo cuando aún cuentas con opciones de seguir en La Moncloa, tanto si no hay elecciones como especialmente si las hay.

Lo que la España real no ha perdonado a Rajoy en su calidad de presidente del PP es la corrupción

Sea como fuere, mi impresión es que el tiempo de Mariano Rajoy ha terminado. Así como a Adolfo Suárez le mató civilmente la tarea ciclópea de transitar de la dictadura a la democracia entre un permanente y atronador ruido de sables, el pontevedrés de Santiago se ha dejado la vida política en el intento de salvar a España de un default que nos hubiera hecho viajar 30 años atrás en el tiempo cuando España no era sino una sombra de lo que es hoy desde el punto de vista de la prosperidad.

En el primer caso, el modus operandi diseñado por el gran Torcuato, el célebre «de la ley a la ley a través de la ley», pemitió que la nave llegase a buen puerto aunque el capitán cayera por la borda cuando se avistaba a lo lejos tierra. Y el fantástico resultado de la operación de salvación a un muerto económico llamado España no ha permitido al doctor Rajoy brindar con champán porque se ha dejado la vida en el empeño, porque al enfermo ha habido que someterle a constantes transfusiones para salvarlo y alguna que otra amputación. Su empeño en evitar a toda costa el rescate, desoyendo incluso el consejo de sus más cercanos asesores económicos, es su gran legado. Sólo un cicatero compulsivo le puede negar ese mérito.

Los militares más cavernícolas no perdonaron a Suárez su empeño por traer la democracia a un país que no la había vivido plenamente nunca. Y a Rajoy la España oficial, que no la España real, no le dio tregua desde el día en que decidió implementar unos ajustes que son un cuento de niños al lado de los que han tenido que sufrir ilustres vecinos europeos como Portugal, Irlanda o esa Grecia que ha sido, es y será el cachondeo padre. El todavía presidente del Gobierno tomó un enfermo al que le estaban dando la extremaunción y nos ha devuelto un tipo con una salud de hierro que crece más que nadie y al que todos quieren confiar su dinero. Todos los españoles entendieron que no quedaba otra. Y eso que la pedagogía fue nula por culpa de la Secretaría de Estado de Comunicación que casi nunca estuvo, casi nunca se le esperó, y que cuando apareció entró cual elefante en cacharrería. Como decía El Pequeño Nicolás: «Carmen (Martínez Castro) no sirve para esto».

Lo que la España real no ha perdonado a Mariano Rajoy en su calidad de presidente del PP es la corrupción. Juan Español aceptó estoicamente el tener que ajustarse el cinturón tres tallas. Sin chistar y con un sentido del patriotismo que dice muy mucho de ese conciudadano que sirve para simbolizar a los 46 millones de españoles. Pero lo que no consiente ni consentirá nunca es que mientras a él le bajaban un 10%, un 15% ó un 20% el salario y le disparaban a la estratosfera el IVA y el IRPF una panda demasiado abultada de mangantes se lo llevase crudísimo. Hablo de ese elenco de millonarios que componen Alfonso Rus, Rodrigo Rato, López-Viejo, El Albondiguilla, Francisco Granados y un tan largo como cantoso etcétera. Y también de los que, como Ignacio González, vivían como millonetis ganando 5.000 euros al mes. Eso incendió la paciencia de Juan Español. «Hasta aquí hemos llegado», vociferó pasando de las palabras a los hechos. Y donde tenías 186 diputados ahora te tienes que conformar con 123. Y encima dar las gracias.

Suárez tuvo la dignidad de irse cuando algún pirado con galones le puso una pistola encima de la mesa. Cuando certificó que alguien, perdón ALGUIEN, quería cargarse su ópera prima. Y salió por la puerta de servicio de la política. Prefirió mantener la pureza de su encomienda antes que verse obligado a adulterarla, matizarla o mancharla. Y la historia le premió, le hizo justicia, le absolvió, abriéndole su puerta más grande. De Suárez hoy día se habla con admiración en las grandes escuelas de Historia, de Administración Pública, de Ciencia Política y de Relaciones Internacionales de medio mundo y parte del otro.

Leopoldo Calvo-Sotelo era el más y mejor preparado de los siete hombres que han tenido el honor de conducir esta empresa llamada España. Pero ni era político ni tal vez el tipo más trabajador del mundo. Consecuencia: dejaba pudrir las cosas. Consecuencia de la consecuencia: donde al principio había una tea al final te topabas con un incendio forestal. ¿Les recuerda a alguien? Consecuencia al cubo: el partido, la Unión de Centro Democrático (UCD), se desangraba, se desangraba y se volvía a desangrar. El sobrino del hombre al que Pasionaria vaticinó su muerte (porque la había ordenado) ni intervenía, ni le gustaba intervenir. Pasaba de todo. Al final, la UCD registró el 28 de octubre de 1982 la peor tragedia que jamás haya sufrido un partido occidental: pasó de 168 diputados a 13, prólogo de una desaparición que llegaría la primavera posterior.

De Rajoy no puede decirse que no controle el partido. Lo controla. Vaya si lo controla. Pero la vulneración de los más elementales principios, especialmente en materia antiterrorista y fiscal, alejó a cientos de miles de incondicionales. Más que la corrupción en sí, que también, fue la sensación de pasividad ante la corrupción lo que le condujo a un abismo en el que continúa instalado. Primero fueron los sobresueldos y la financiación en B del PP, luego los sms del «Luis, sé fuerte, hacemos lo que podemos», más tarde Granados, después Sonia Castedo y Rodrigo Rato, entre medias Rus, Carlos Fabra y Paco Camps, y siempre, absolutamente siempre, un Ignacio González que vive como un marajá y que en un país en el que el enriquecimiento injustificado fuera delito estaría procesado, requeteprocesado y casi con toda seguridad condenado. La gota que colma el vaso la han puesto Rita Barberá y los púnicos. Una ex alcaldesa que nunca fue un dechado ético. Al menos, orgánicamente. Ni mucho menos. Una lideresa a la que al final pillaron como a Al Capone en los años 30: por el chocolate del loro.

Más que hacer, el presidente ha dejado hacer. Nunca cortó por lo sano. Y por eso el PP está como está y donde está. Rajoy tiene que prestar un último gran servicio: echarse a un lado para que otros, que no están tocados por el drama de la corrupción, puedan regenerar una formación en la que el trinque seguramente no es el mayor orgánicamente hablando pero sí del que más se habla. Comparar esto con los ERE es como parangonar al Real Madrid o al Barça con un equipo de Segunda B. En los ERE hablamos de dos mil y pico millones y aquí, de momento, de decenas o unos pocos cientos. Que, dicho sea de paso, es un pastón. Pero sea como fuere, de los unos se habla a todas horas y de los otros, nunca. O el PP acaba con la corrupción o la corrupción acabará con el PP. Esta tarea ya no la pueden ejecutar los que, por acción u omisión, están vinculados en el imaginario a unas prácticas que si siempre repugnaron ahora escandalizan con 4,7 millones de compatriotas en el paro.

Feijóo, Casado, Cifuentes, el alcalde de Estepona, José María García (éste sí que sabe hacer varias cosas a la vez: es notario, registrador y abogado del Estado), el alcalde de Boadilla, Antonio González Terol (sacó en mayo el 54% de los votos) y un tan largo como brillante etcétera. Si algo tienen en Génova 13 son cuadros y banquillo. Cualquiera de ellos es capaz, por talento, por formación y por trayectoria intachable, de devolver al partido a esa primera línea de la que nunca debió salir. Si con la que ha caído, ganan y cuentan con un suelo de 7,2 millones de votos, es perogrullesco que no necesitarán mucho tiempo para volver a ese machito del que nunca debieron salir.

Mariano, tú eliges. Tienes la oportunidad de hacer realidad esa frase que sostiene que «más que por sus éxitos, los grandes hombres se miden por sus grandes renuncias». Tu generosidad te catapultará al olimpo de los grandes gobernantes. Resistir al estilo camilojoseceliano no será esta vez sinónimo de victoria. Si resistís los que estáis asociados a la inacción ante la corrupción, podéis llevaros por delante al gran partido de centroderecha liberal de este país todavía llamado España. Piensa en esos 800.000 militantes pero muy especialmente en esos 11 millones de votantes que creen en la libertad individual, en el libre mercado, en el imperio de la ley, en que el parné está mejor en nuestro bolsillo que en el de Montoro, en el pensamiento abierto y no en ese único que nos quieren imponer los que pueden venir y en una Transición que ha funcionado razonablemente bien. ¿Qué quieres ser de mayor: Adolfo o Leopoldo? Ésa y no otra es la cuestión.

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