Vete ya, Celia Mayer

Celia-Mayer
Celia Mayer. (Foto: EFE)

Celia Mayer ha conseguido algo tan difícil como el consenso entre todas las fuerzas políticas a excepción de Podemos. Partido Popular, Ciudadanos y Partido Socialista son unánimes: tiene que dimitir. Una opinión compartida por miles de madrileños que asisten atónitos a la gestión de una concejal que parece empeñada en hacer de sus propuestas un auténtico disparate. Ante la incredulidad de la opinión pública tras lo ocurrido el pasado viernes en el carnaval de Tetuán, lejos de mostrar ningún tipo de arrepentimiento, ha dicho que es intolerable que los titiriteros proetarras hayan ingresado en prisión tras enaltecer el terrorismo. Algo que no es de extrañar si tenemos en cuenta que su jefa, Manuela Carmena, ha definido a ETA y Al Qaeda como «movimientos políticos». Una actitud que demuestra hasta que punto la marca blanca podemita en el Ayuntamiento de Madrid roza la cerrilidad de una secta.

Mayer, con nula experiencia en la gestión a sus 33 años, ha convertido el área de Cultura de la capital en una trinchera de enfrentamiento constante. Todas sus iniciativas denotan un peligroso radicalismo impropio de alguien que sólo ha conocido la democracia. Cada uno de sus actos lleva implícito un adoctrinamiento lacerante. Tanto es así que, antes del despropósito de este pasado fin de semana, en el que más de 30 niños presenciaron una función donde se asesinaba a una monja con un crucifijo, se ahorcaba a un juez y se mataba a un policía, Mayer ya había hecho de la Ley de Memoria Histórica una resurrección de todas las inquinas guerracivilistas que llevaron a España a uno de sus momentos más aciagos.

La ex okupa del Patio Maravillas ordenó retirar el nombre de la calle Juan Pujol García, uno de los mayores héroes españoles durante la Segunda Guerra Mundial, quien incluso llegó a engañar a Hitler, y al que, ebria de desconocimiento histórico, confundió con Juan Pujol Martínez, hombre de confianza del dictador Francisco Franco. Sólo hay algo más peligroso que la ignorancia: el radicalismo basado en la superioridad moral, inagotable en su estupidez. Desgraciadamente, la de Pujol no ha sido la única barbaridad histórica de Mayer. También retiró la lápida que conmemoraba el fusilamiento de ocho monjes Carmelitas durante la represión republicana de 1936 y que estaba ubicada en el cementerio de Carabanchel Bajo.

Tras casi una década de dura crisis, los ciudadanos necesitan encontrar unos representantes públicos que gestionen con eficacia la mejoría que se vislumbra en nuestro contexto y no comportamientos propios de la casta más rancia. Aquellos que destilan ideologías tan prefijadas en el pasado como la de los radicalismos viscerales. Ya lo definió perfectamente el maestro Ortega y Gasset en su lúcida radiografía de aquella España de inquinas y rencores: «Ser de izquierda es, como ser de derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil». Por eso, Celia Mayer debe dimitir. Además de su total ineficacia como gestora, está esa predisposición a crear incendios ideológicos donde sólo hace falta precisión administrativa. Ahora que los ciudadanos necesitan presente, futuro y esperanza, ella sólo ofrece rencores que entroncan directamente con nuestro pasado más lúgubre.

 

 

 

 

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