Devuelvan a la sociedad algo de reconocimiento

Devuelvan a la sociedad algo de reconocimiento

Fue precisamente “la gente” quien el pasado 26 de junio, y desde fuera de las ejecutivas de partido, dio el alto al populismo y dio una nueva oportunidad a los políticos, que hoy vuelven a mostrarse incapaces de superar el fracaso personal y desbloquear España. La calle reclamó significados universales que nunca debieron haber pertenecido a los partidos: mayorías y justicias sociales autoadjudicadas e impresas en su hueca propaganda de campaña. A las 22:30 horas, a Iglesias y a Sánchez la mayoría social les giró la espalda y les maquilló la vergüenza en la cara, justo a la hora en la que se rinden cuentas públicamente tras la derrota en las urnas. Y como hicieron ellos, también Rivera burló el resultado con débiles argucias para sublimarla, contando cómo nos ha doblegado el miedo, aunque sean ellos quienes patalean como niños en un ataque de pánico a no volver a cruzar el umbral parlamentario. Como si por no votarles a ellos fuéramos menores de edad practicando una democracia párvula.

Patalea Rivera mientras se empeña en demostrar que la cabeza de Rajoy es todo lo que puede ofrecer a España. Socava su propio talento cuando chuta la pelota del apoyo o la abstención al PP sobre el tejado de un PSOE moribundo, porque, a la vez, esquiva su propia capacidad y cuestiona su autoritas para tomar decisiones propias cuando hace tan sólo medio año la declaraba capaz de gobernar España. Ciudadanos corre ahora el peligro de diluirse en unas terceras elecciones que pondrían un bonito lazo a sus eslóganes de ilusión para ponerlos al servicio de algún rutilante candidato republicano esperando a Albert al otro lado del charco. Eso es exactamente lo que Ciudadanos se está jugando tras perder 400.000 votos en menos de medio año.

Estas segundas urnas le han brindado la oportunidad de hacer valer sus 32 diputados para cogobernar e imponer sus reformas. Y aunque es muy cierto que el veto de Rivera a Rajoy es legítimo, me pregunto qué ocurriría si Albert fuera censurado en la mesa de negociación por ser un púgil sonado que pierde apoyo a espuertas, mientras la fuerza más votada ofrece al resto de la cúpula cargos ministeriales en el nuevo gobierno de España. Aquellos mismos que lícitamente pidió Juan Carlos Girauta a Sánchez para apoyarle tras el 20D y que, ahora mismo, y a juzgar por sus declaraciones el pasado lunes en Onda Cero, cuando afirmó: que “sólo nos sentaremos con representantes del PP legitimados y válidos», únicamente pediría a un candidato impuesto por Rivera a lo Toni Cantó o Félix Suco en vez del elegido por 8 millones de personas que fueron a las urnas.

Con ello, lo que más sorprende es la torpeza de Ciudadanos excusándose con el victimismo de la extrema polarización política, ya que supone el reconocimiento explícito del fracaso de su centro político como remedio que venía a poner fin precisamente a eso. Esta noche me venían a la cabeza los matones de las CUP que hoy, con el 8% de votos en Cataluña, la dirigen al abismo manejando la voluntad de la mayoría. Entonces el propio Albert, soberbio, alegó: «Mas inviste a Puigdemont de presidente. Un presidente elegido por dos tránsfugas de la CUP con total desprecio a las urnas y a la democracia para así, seguir dividiendo a los catalanes. Patético». Sí, patético, porque fue precisamente “la calle” la que el 26J, fuera de las ejecutivas de partido, dio el alto al populismo y una nueva oportunidad a los políticos. Quizás hoy ellos les deben, de una maldita vez, algo de reconocimiento.

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